Todo comenzó un septiembre de 2013. Yo acababa de llegar a Venezuela y estaba un poco perdido. Los recuerdos de ese mes son un poco vagos, pero más que nada recuerdo a mi mamá buscando, por todos lados, cupo en un colegio.
El gran problema
No estaba siendo una tarea fácil, gracias a que la mayoría de estos no tenían un lugar para mí. Eso se traducía en jornadas interminables yendo de colegio en colegio, para recibir siempre la misma respuesta: un no. Diferentes mezclas de palabras, pero terminaba siendo siempre eso, un NO rotundo. Incluso, recuerdo un momento en el que parecía que por fin habíamos logrado conseguir un lugar para mí… Pero terminé recibiendo otro no. Según la directora, mi actitud a la hora de la entrevista fue desafiante. Y aunque no recuerdo, probablemente lo fuera.
La gran problemática que plateaban los colegios a la hora de aceptarme era que yo venía de España, con unas materias aplazadas y que nunca pude reparar. En ese país las reparaciones son en septiembre y aquí son en julio. Desafortunadamente, yo había pisado suelo venezolano en agosto: una especie de limbo de aplazados, razón por la cual casi ningún colegio quería encargarse de mi caso. Y es que eso significaría un papeleo que quizás no sabrían cómo hacer. Aunque algunos me ofrecían la posibilidad de volver a repetir segundo año, Terminaban diciendo que no.
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El señor misterioso
Ya septiembre iba a terminar. La mayoría de colegios estaban empezando clases y ¿adivinen quién no tenía aún nada claro? Mi madre ya había empezado a resignarse, hasta que un 23 de septiembre en la mañana, le hablaron de un colegio llamado Instituto Técnico de Adiestramiento para el Trabajo (I.T.A.T). Me imagino que mi madre al oír que existía esa posibilidad, no se lo pensó ni dos veces. Esa misma tarde estábamos sentados en la oficina de un señor mayor, alto, algo corpulento y con una voz grave. Voz que me hizo sentir miedo desde que la escuché en la sala de espera. Cuando por fin estaba sentado ante esa persona, me llevé la sorpresa de que ese personaje que había creado en mi mente, escondía debajo de su bigote una sonrisa infinita. Sonrisa que no dejó de tener nunca.
La entrevista no duró más de media hora. De lo que se dijo en ella, solo recuerdo risas y anécdotas. Nada parecido a las otras entrevistas en las cuales era pura seriedad y frialdad. Solo recuerdo su voz al decirle a mi madre que yo ya tenía un sitio donde estudiar, que no nos preocupásemos por nada, que él se encargaría de lo demás. Y de hecho, así fue durante 4 años. Él siempre se encargó de lo demás.
Él mismo me llevó a los salones ese día y me presentó a los que serían mis compañeros. Me dijo que si tuviera el uniforme listo, hubiese empezado esa misma tarde. Pero empecé el siguiente día, reparé las materias que tenía aplazadas y seguí en mi año correspondiente. Cosa que parecía imposible. Él se encargó de ello.
Así pasaron cuatro años en ese colegio. Y con cada año que pasaba, él se convertía en una figura más importante en mi vida. De hecho, fue gracias a él, que con 16 años, tuve la oportunidad de utilizar el inglés que había aprendido en algo útil. Empecé a trabajar como asistente de coordinación y después como profesor suplente en English For Kids, en ese mismo colegio, en las mañanas. Recuerdo, tras mi primer día de trabajo, correr hasta su oficina y al verlo, contarle todo lo que había hecho; como un niño le cuenta a su padre lo que aprendió hoy en la escuela. Mientras, él estaba ahí sentado, como siempre, sonrojado y con una gran sonrisa bajo aquel bigote.
La misma sonrisa la tenía cuando hablaba con mi madre de mí. Aunque siento que exageraba las cosas para que quedara bien con mi mamá, o tal vez él si lograba ver lo que yo no veía en mí. Recuerdo a mi madre sentada en su oficina, preocupada por la universidad, y él del otro lado de su escritorio asegurándole que yo iba a estudiar en la UCAB; que no se preocupase, que él se encargaría. Mi mamá salió un poco perpleja, ya que el plantearse pagar la UCAB era algo fuera de nuestras posibilidades. Sin embargo, aquí estoy empezando mi tercer semestre en esta casa de estudios. Mi padrino se encargó.
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Gracias por quien soy
De él aprendí que todos tenemos algo que ofrecer en este mundo. Me hizo creer en mí en un momento en el cual yo creía no valer nada. Que si quería algo, con esfuerzo podría obtenerlo. Se convirtió en una figura paterna para mí, un confidente al cual ir a pedir consejo cuando no sabía muy bien qué hacer. Y él siempre estuvo allí con su bigote y su sonrisa para ayudarme y guiarme.
Siempre me pregunté por qué se comportaba así conmigo, por qué tanto afecto hacia mí. Y fue allí cuando me di cuenta: yo no era su único ahijado, tenía por lo menos 16 más en mi misma aula y 150 en las otras. Carlos Maya fue así con todos y cada uno de los estudiantes que pasaron por las puertas de ese colegio y que en algún momento entraron a su oficina. Fue un padre para cada alumno de aquella institución y creyó más que nadie en todos nosotros.
El pasado viernes 21 de septiembre, a dos días de cumplirse cinco años de conocerlo, me enteré de que Carlos Maya, el “Padrino del Colegio I.T.A.T”, murió de cáncer. Y por eso estoy, hoy 23 de septiembre, rememorando y haciéndolo eterno en estas líneas. Sin él, no sería la persona que soy, no hubiera tenido las oportunidades que tuve, ni siquiera sé si hubiera empezado a creer en mí. Solo sé que cuando le entregue yo al mundo tanto como Carlos Maya le entregó, tendré el cielo asegurado. Pero sé que para ello aún me falta mucho y él, desde donde esté, se encargará de que lo logre.
Que en paz descanses, Padrino.