Mientras caminaba al salón de usos múltiples me preguntaba qué tanto se iba hablar de la desaparición de la dirigencia estudiantil en estos últimos meses. Seguro les iban a dar hasta con el tobo.
La reunión comenzó de una manera que no esperaba: Barbara Moncho, consejera universitaria, nos dijo claramente que ella misma estaba decepcionada de la pasividad del movimiento estudiantil.
Añadió que estos meses habían sido difíciles, porque pareciera que cualquier acción llegaba a ser minúscula ante una Venezuela donde todos los días pasan mil cosas que quedan por mucho fuera de nuestro alcance.
Quizás con esta misma intención los dirigentes estudiantiles, que hoy se encargan de tomar las decisiones administrativas del Movimiento, invitaron a un profesor de derecho para que abriera la asamblea. Esto permitió guiar, de alguna manera, el pasticho de confusiones que tenemos en nuestra vida política.
Me costó mucho no irme
A ver, siempre he estado de acuerdo con que a los jóvenes se nos tienen que decir las cosas claramente, sin mucha parafernalia. Solo así podemos entender, sin dar paso a las ambigüedades a las que somos proclives. Pero esto tiene un peligro que es inherente: que la cosa se vuelva, o suene, como “ ¡ESTO ES LO QUE TIENEN QUE HACER, TODO LO QUE HAN HECHO Y HACEN ESTÁ MAL!”.
Después de unos 20 minutos donde mucha gente daba profundos suspiros y muestras de incomodidad, comencé a notar que muchas de las cosas que decía este profesor tenían mucha razón. Aunque su forma de hacerlo despertara en mí la rebeldía adolescente.
De cierta manera siento que necesitábamos ser regañados. Necesitábamos que alguien le dijera sus cuatro cosas a los dirigentes estudiantiles. Pero también a los que fuimos ahí predispuestos a juzgar a unos estudiantes que tienen tan poca idea de qué hacer como la tengo yo.
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Cuando por fin comenzó la plenaria
Se hablaron de muchas cosas imposibles de resumir sin hacer de esto un pequeño libro. Como es natural en democracia, hubo muchas ideas de cómo se debían hacer las cosas y cuáles debían ser los objetivos. Eso me permitió darme cuenta de cómo con el tiempo nos hemos acostumbrado al totalitarismo, y cuán difícil es trabajar en ideas comunes. Pareciera que las distintas formas de pensar fueran mutuamente excluyentes.
Pero la gente se quedó, y durante poco más de dos horas se discutieron distintos puntos para formar una agenda para el Movimiento Estudiantil UCAB. Después de hablarlo con algunos asistentes, un puñado me decía se hablaba mucho y no se concretaba ninguna acción.
Pero como decía el profesor invitado al principio de la asamblea: nos encontramos en una situación donde nadie está claro de qué debe hacer y, los que piensan que lo saben, no tienen idea de cómo lograrlo.
De la idea a la práctica
Después de esta asamblea he podido ver que hay muchas ganas de hacer cosas. Pero también lo difícil que va a ser lograr hacer de todas esas ideas una voz común. Esto demuestra lo importante de sentarse con las personas que piensan distinto, para buscar formas de poder coexistir sin tener que atacarnos. Sin tener que hacer islas para no toparnos nunca con nuestras diferencias.
El movimiento estudiantil no la tiene fácil, debe ganarse la confianza de los estudiantes a través de muchísimo trabajo que ni siquiera está muy claro.
Asimismo, preocupa ver que no hay una generación de relevo clara preparándose para asumir los compromisos que surjan, mientras la mayoría de los dirigentes parecen estar en la última etapa de su vida universitaria.
Aún le queda un camino largo al Movimiento, así como una larga lista de tareas: sentar a los distintos sectores de la vida universitaria para llegar a consensos, fijar posiciones, denunciar injusticias, protestar, y quién sabe qué otras miles de cosas.
Lo importante es que quienes no formamos parte de sus filas comencemos a entender, al igual que ellos, que aunque tengamos visiones diferentes de como hacer las cosas todos queremos más o menos lo mismos. Y para eso debemos hablarnos, discutir y trabajar, de alguna forma, juntos.